Ya
en la ruta 40 bajando desde Perito Moreno llegamos a la entrada de la estancia “Casa
de Piedra” donde le consultamos al encargado si había lugar de camping y
duchas, nos dijo que si, nosotros utilizamos las duchas preparamos unos mates y
seguimos rumbo Cueva de las Manos. Desde esa estancia también se podía hacer la
visita a las cuevas pero yendo de a caballo.
Foto tomada en el casco de la estancia "Casa de Piedra"
Iniciamos
un camino algo escabroso, que lo sufríamos junto a mi señora y nuestro R12.
Cabe aclarar que era nuestro primer viaje junto, en una ruta totalmente
desconocida, y nos queríamos asegurar que no falte nada, teníamos el baúl muy
cargado (con víveres no perecederos, dos garrafas, una parrilla de
aproximadamente 5 kilos, equipo de camping, frazadas, etc.) previendo algún contratiempo
en un lugar inhóspito. En una subida empinada, nuestro pobre R12 trepó los últimos
metros a los saltos porque el peso del baúl lo hacía perder tracción, yo me
aferraba a la palanca de cambio así no saltaba y en caso que no pudiera llegar
arriba la tenía que subir marcha atrás,
por suerte no hizo falta. Luego de atravesar ese interminable tramo pasamos a
uno más aliviado el camino algo plano, pero ni señas del lugar en el que podría
encontrase la cueva. De pronto emergió una bajada sumamente pronunciada y cuando
la miro bien era larga y con curvas (jamás había visto algo así) llegaba a unos
100 mts. hasta abajo, me preocupaba cuando tenga que subirla por lo del gran
peso en la parte trasera del 12.
En estas fotos se alcanza a ver las ataduras con alambre de las escobillas del limpia parabrisas y también de el capot por el fuerte viento en la ruta
Una
vez abajo estacionamos al lado de algunas camionetas 4x4 y nos dirigimos a la
oficina de los guarda parques donde nos dieron algunas recomendaciones y el
casco que teníamos que usar.
El
sendero por el que vamos se encuentra a la mitad de una pared rocosa. Hacia
arriba observamos una altura aproximada de 100 metros y lo mismo hacia abajo. A
la distancia observamos el Río Pinturas del cual se desprenden maravillosas imágenes
de arboles que lo rodean y en una época pasada brindaba sustento a la fauna y a
los habitantes que pintaron esas cuevas. Este lugar era ideal como refugio de
los tehuelches, la altura de la cueva les daba una buena vista de todo el valle,
los protegía del viento, lluvia o nieve, el río les proveía el agua y también
atraía a los guanacos, “choiques” como llamaban a los ñandues y todo animal de
la zona que se acerque a tomar agua y comer pasto fresco.
La
guía nos daba información respecto a la antigüedad de las pinturas existentes.
Se divisan marcas profundamente negras que afean estas antiguas obras y nos
comentan que fueron dejadas por el Capitán Muster realizadas durante su exploración.
Según antiguos registros, partió desde Punta Arenas y llegó a la isla Pavón y
desde este lugar fue acompañado por los caciques Casimiro y Orkeke en la travesía
hasta el curso superior del Río Negro finalizando
en Carmen de Patagones. Munster tomo alturas y medidas para registrar el
hallazgo, sin percatarse que dañaba este patrimonio de la humanidad.
En
esta imagen se encuentran nueve círculos lo que hace pensar que serían 9 lunas,
relacionado a la gestación de la mujer.
También podemos observar en la parte inferior de la foto una de las marcas efectuadas por Munster, cuando tomo medidas y alturas para registrar el hallazgo de la cueva.
En esta imagen se puede observar una excavación donde se encontró huesos de guanaco que utilizaban para pintar, restos de fuego y algunas herramientas hechas de piedras. 

Los
tehuelches eran nómades. Se refugiaban en cuevas o aleros de roca, caso
contrario armaban toldos que, en primera instancia, los reparaba del viento
solamente, posteriormente la construcción fue complejizándose para protegerlos de
la lluvia o la nieve. Estaban hechos con cueros de guanaco y con palos o ramas utilizadas
como poste, también recurrían a piedras que sostenían dichos cueros. Solían
viajar desde el sur hasta Carmen de Patagones con el fin de realizar trueque de
plumas de ñandú, pieles de puma o guanaco a cambio de tabaco, municiones,
azúcar y agua ardiente entre otros enceres. Durante ese viaje paraban en los “Aikes”, lugares donde
encontraban carne, agua, leña y pasto
fundamental para sobrevivir.
En
el valle del Lago Buenos Aires solían dejar a los ancianos que ya no podían
seguir el camino hasta Camarones. Los dotaban de provisiones y abrigo pero debido a su edad fallecían en el lugar, de
ahí que se nombro al asentamiento poblacional “Los Antiguos”.
En
esta imagen se ve una silueta que parecería que baila, lo llaman “el bailarín”,
todo esto son conjeturas, ya que no hay registro del significado.
En
esta imagen se ve una mano con 6 dedos.
En esta imagen se puede ver que al guanaco lo representan mucho mas grande que la silueta humana.
Otra
figura relevante es el Matuasto que aparenta ser un reptil gigante. Se presume
que pertenecía a la mega fauna e impresiona el detalle de sus extremidades. Cabe
destacar, que como toda representación artística, implica que dicha imagen convivió
con ellos y fue tan importante que decidieron plasmarla junto a figuras de su cotidianeidad.
El "bailarín"
Figuras
circulares a gran altura aproximadamente 15 metros es realmente impresionante
la fuerza que tenían para alcanzar esa altura. Se creía que los jóvenes practicaban
y competían con las boleadoras, para saber cuán lejos llegaban.
Debido
a las grandes paredes del cañadón que flanquea el río era un lugar ideal para
cazar ya que usaban una técnica en la cual generaban un círculo entre fogatas y
cazadores con el cual cerraban el paso a sus presas, así obtenían el preciado botín
que les brindaría alimento, abrigo, herramientas etc.
Cacería y tácticas
**dibujo de Munster**
Por otra parte, se pintaban a los animales grandes ( en relación a la figura
humana), no se sabe si por la mega fauna existente en ese período o por el
valor que se le asignaba ya que les daba alimento y abrigo. Ocupaban
absolutamente todo del animal. El cuero
lo usaban para fabricar los toldos también llamado “kau”, ropa de abrigo y para
envolver sus pies imitando a las botas que ataban con tendones, también como
mantas llamados quillangos. Los tendones eran utilizados para atar el cuero,
hacer las boleadoras e instrumentos musicales como el “koolo” que es similar a
un violín. Los huesos tenían varias utilidades, uno de ellos era el de punzón o
aguja empleada para coser los toldos o confección de ropa de abrigo; además ahuecaban
su interior al estilo de cerbatana para realizar sus pinturas, empleando la
boca para pulverizar la pintura sobre las manos o lo que quisieran retratar en
la roca, este estilo se llama en “negativo”; por ultimo mencionaré un
instrumento musical llamado “Rambo” o flauta elaborado a partir de dicho
material.
Luego
de mi visita a este lugar y repasando las fotos note un patrón similar en
diferentes ubicaciones de pinturas rupestres, formados por círculos concéntricos
que presumo estarían representando los lagos o lagunas y líneas zigzagueantes
que podrían ser parte de la cordillera o cordón montañoso. Posiblemente sea un
mapa de los lugares de caza y refugio para todo aquel ocupe dicha cueva.
En
este punto la guía nos mencionaba, a modo de ejemplo, que nuestra casa deben
ser pintadas anualmente y si bien no están sometidas al mismo clima
intempestivo de la cordillera, no resisten la erosión y comienzan a
desgastarse.
Los
tehuelches creían en un ser superior “Elal”, era un espíritu bueno y grande que
creo a los tehuelches y a los animales, les enseño los secretos del fuego, les
proveyó armas, abrigo e inculco ideas morales.
El
espíritu maligno era llamado “Gualicho”, creían que siempre estaba al acecho
para hacerles daño en la parte posterior de los toldos. Para congraciarse o
alejarlo el hechicero generalmente recurría al sacrificio de algún animal.
Me gustaría anexar una leyenda muy linda dedicada a este pueblo casi extinto.
LA LEYENDA
DE LA CUEVA DE LAS MANOS
Por
Ernesto Aníbal Portilla
Ilustración:
Adriana Cristina Portilla
La Cueva
de las Manos es uno de los lugares más paradigmáticos de la Patagonia. Se
encuentra
en la Provincia de Santa Cruz, cerca del Río Pinturas, en la Patagonia
Argentina.
En las paredes de una cueva se estampan misteriosas y antiquísimas figuras
de manos
de diversos colores. El aura poética y mítica de este sitio, inspiró esta
Leyenda
de la Cueva de las Manos, creada por Ernesto Aníbal Portilla, que presentamos
aquí, en
este momento de Mitos y leyendas patagónicos de Temakel. Hace 43 años que
Portilla
reside en la Patagonia; actualmente (desde hace unos 20 años), vive en
Comodoro
Rivadavia. Ha recorrido las vastedades patagónicas trabajando en
comisiones
de exploración sísmica (YPF) desde Río Grande, en Tierra del Fuego, hasta
Comodoro
Rivadavia, en la Provincia de Chubut. Ha editado dos libros; uno con cuentos
cortos y
otro con poesías con ilustraciones de su hija, Adriana Cristina Portilla,
autora
de la
imagen de la Cueva de las Manos que fulgura arriba.
LA LEYENDA DE LA CUEVA DE LAS MANOS
Era
verano, la niña adolescente escuchaba el rumor de las cristalinas aguas del río
que unos
momentos antes habían acariciado su hermoso cuerpo, haciéndolo estremecer
con el
frío que traía desde las cumbres nevadas. Ahora el sol besaba su cuerpo desnudo
haciendo
resaltar aún más la belleza de su piel morena devolviéndole el calor llevado
por
el río en
el agreste paisaje patagónico.
Luego de
haber secado sus largos cabellos, negros como la noche, se vistió y se
colocó la
vincha con la pluma que por su rango de princesa tehuelche le correspondía.
Un poco
más allá, río abajo, una débil columna de humo indicaba el lugar donde se
encontraba
acampando su tribu de costumbres nómades. Después de adornar su
cabello
con algunas flores silvestres comenzó a subir sin prisa por la ladera del
barranco
que
encajonaba al río, mientras pellizcaba algunos frutos de calafate que
encontraba a
su paso,
siguió por el sendero que llegaba hasta una saliente rocosa que coronaba la
meseta.
El lugar
a donde la llevaron sus pasos tenía la forma de un extenso alero natural de
piedra
con pequeñas cuevas en su base. Desde allí, se podía contemplar un majestuoso
paisaje
con el río pasando lentamente allá abajo, bordeado por la típica vegetación
desértica
de calafates y molles poco desarrollados y algunas hierbas aromáticas como el
tomillo.
Su pecho
estaba agitado por el esfuerzo de haber subido hasta allí; a ello se sumaba
su
ansiedad por el momento en que se encontraría por primera vez con un joven
indio de
una tribu
vecina, con el que habían acordado una cita durante la última fiesta religiosa
que
compartieron en señal de amistad y paz.
El joven
cazador llegó a los pocos instantes. Quedó embelesado contemplando a la
princesa,
que estaba más bella que nunca. Luego, se tomaron de las manos mientras el
aire
cálido del verano transportaba el canto de las aves y el rumor del río.
Todo era
belleza y amor en la hermosa tarde, nada hacía sospechar que una gran roca
rodaría
desde lo alto, alcanzando a la muchacha que quedó desvanecida al resultar
herida
por el golpe recibido tan imprevistamente. El joven se apresuró a socorrerla,
pero
vio cómo
otras piedras amenazaban caer sobre ellos; entonces, corrió para sostenerlas
evitando
que pudieran sepultar a la princesa mientras pedía auxilio a la toldería.
Sostuvo
las rocas con tanta fuerza que la sangre brotó de sus manos quedando
impresas
en las piedras de manera indeleble. De inmediato, acudieron en su ayuda todos
los
miembros de la tribu, que en esos momentos se encontraban haciendo unos
preparados
para teñir las prendas que confeccionaban. Al llegar, el cacique ordenó que
todos
ayuden a sostener la montaña mientras él socorría a su hija que continuaba
desmayada.
Se acercó
el joven cazador y se atrevió a besarla. Ella despertó confusa, pero
sonriente
en el momento que todo pareció volver a la calma. Luego, todos retiraron sus
manos de
las rocas, pero sus huellas quedaron impresas con los diferentes colores que
habían
estado preparando.
En
agradecimiento a la casi milagrosa salvación de su hija, el cacique eligió ese
lugar
para las
rogativas religiosas que se celebraban todos los años, incluyendo en las
ceremonias
la impresión de nuevas huellas de manos para sostener las rocas durante
las miles
de lunas por venir.
(*)mayo
de 1994
También utilice una imagen del libro perteneciente a George Chaworth Musters "Vida entre patagones".
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